Pilar, la presidenta de la Fundación Atiendo, nos narra en primera persona su propia experiencia con la dependencia y comparte su certeza de Cuidar desde el CORAZÓN, siendo éste el trato más humano que podemos dar a esas personas que tanto nos han enseñado y que merecen nuestro máximo respeto. Personas mayores oen situación de discapacidad, personas, en fin.
Al tiempo que escribo estas líneas recuerdo esa sabia frase que dijera el cineasta sueco Ingmar Bergman: “Envejecer es como escalar una gran montaña: mientras se sube las fuerzas disminuyen, pero la mirada es más libre, la vista más amplia y serena.” Y es que pensar en la figura de mi padre y su lucidez me emociona como, sin duda, lo hará el evocar a quienes estas líneas lean, las de sus mayores.
Lo sabes, sí, sabes que tu padre es ya anciano y que, antes o después, desembocará en el mar de la muerte tras atravesar el riguroso río del deterioro físico y, tal vez, mental. Pero, no por eso, estás preparada para remar junto a él la barca de la Vida cuando está
a punto de zozobrar…..
Yo, esta hija que fue cuidada, educada y querida desde niña, me esforcé siempre por comprender el sentido de aquello que nos limita, que nos hace caer y levantarnos cada día y que, por eso, no me resigné nunca a dejar pasar el tiempo o a que otros actuaran por mí. Y hete aquí que, casi sin creérmelo aún, casi de la noche a la mañana, como se suele decir, me encuentro con que mi padre también es dependiente.
Lo sé, un hecho que para muchos puede ser normal por experimentar una situación similar, para mí se convierte en un descubrir, pero más aún, en una oportunidad para renovar el amor hacia el ser que tanto respeto y amo. Es duro ver a tu padre así, es difícil de comprender por la razón, pero el
CORAZÓN se moldea para acogerle y cuidarle.
A su salida del hospital este mes de agosto, la realidad me obligó a ver que mi padre ya era “dependiente”. El “círculo de “sabios” que me rodeaba” lo decía; sí, ese que todos padecemos a nuestro alrededor y que la mayoría de las veces puede hacer más daño que bien. No me resigné a sus sentencias. Fueron días de cansancio, pesares, arrebatos, críticas, desesperaciones, lamentos que no solucionan nada; pero también de búsqueda, de encuentros, de verdades, de objetivos, de recursos y de mucho, mucho trabajo. Sí, claro, mucho trabajo y ahínco. No quedaba otra.
Empecé a tomar decisiones coherentes para procurar su vuelta a casa con las mayores y mejores comodidades, soluciones inmediatas que le procuraran continuidad, que todo transcurriera con los menores cambios posibles. Y entonces algo me hizo comprender que más allá de todas esas actuaciones
tan razonables, había algo tan importante o más, que fue su verdadero sentimiento: “…lo que tú digas hija, con alguien que me cuide y me atienda todo el día, con las ayudas y las asistencias que tú me proporciones ME SIENTO SEGURO, pero CONTIGO ME SIENTO PROTEGIDO.”
Qué lección más hermosa de un hombre que sufre, que sabe ver lo que yo no era capaz de ver, empeñada en dotarle de comodidades y cuidados.En ese preciso instante, mi CORAZÓN empezó a liderar como si fuera el mejor de los mariscales estrategas al son de una música marcial, el mejor de los propósitos, que no fue otro que empezar a aprender quién dependía de quién y de qué.
Comprendí, desde los ojos del corazón, que podemos ser dependientes desde un punto de vísta físico o psíquico, pero podemos serlo también, o incluso más, de lo que se considera normal, lo usual, lo habitual. Aquello que chequeamos como lo que se debe hacer porque todo el mundo lo hace así. He aprendido, os lo aseguro. He aprendido que podemos disponer de un bastón, una silla de ruedas o unos cuidados personales adecuados para reparar los daños de la enfermedad, pero lo más importante de todo, lo esencial, es atender la llamada de protección de nuestros mayores, lo mismo que espera, sin siquiera imaginarlo, ese bebé que llora para que le arropen o den de comer.
Y ahora, después de todo esto, os digo una cosa: mi fuerza, mi comprensión y mi entrega de corazón, en este momento, me regala una gran dicha: sí, mi padre es dependiente; pero ¡se siente protegido! . Gracias a Dios, a la Vida, a la Luz del Espíritu y a su sabia lección, he cambiado y me he confirmado a la vez; he comprendido cuál es la verdadera esencia de quienes hemos de afrontar la dependencia de un ser querido o la manera en que hemos de practicar la solidaridad en semejantes casos.
Se flexible y AMA como te gustaría que te amaran a ti.