Un vaso de agua, una sencilla mesa de oficina. Imagino su mirada serena, cansada pero tranquila. María me cuenta su historia, una historia de lucha en solitario y abnegación. Una historia que me enseña y emociona.
Niña alcarreña que ve cómo la guerra y la posguerra marcan su futuro, dividida en su familia entre un bando y otro. Su padre encarcelado por rojo, sus abuelos maternos adeptos a los vencedores, las niñas que no quieren saltar con ella a la comba, aprende a sobrevivir. Aprende y aprende.
Viaja a la ciudad alemana de Hannover para enseñar español a otra chica, Guisela, a modo de intercambio, mientras ella aprende alemán. No quiere que la hagan sentir que es una carga, así que se pone a trabajar los sábados en una fábrica de textil.
Regresa a España. Trabaja en el Corte Inglés, cuando estos almacenes están empezando, y muy pronto, por su manejo del alemán y el italiano, pasará a trabajar en la Agfa, fábrica alemana de fotografías.
Va pasando el tiempo. Todo lo deja por amor. Marcha a Holanda para casarse. Allí tendrá dos hijos y escribirá como periodista, primero en los boletines de los emigrantes, después en periódicos españoles.
Ayuda a las mujeres que salen casi analfabetas, les enseña a escribir, les ayuda a solucionar problemas. Recorre Europa, supera numerosas experiencias, se adapta al medio. Aun a riesgo de generalizar, define a los alemanes como muy solidarios entre sí pero muy bebedores; a los holandeses como los
poseedores del jardín de Europa y con un excelente sistema educativo; a los ingleses con su cierto aire de superioridad. Lugares, gentes, historias. Pero la vida la golpea.
Ahora, a sus 79 años, viuda, un hijo que decidió acabar con su existencia antes de degenerar en despojo a causa del Sida. Su otro hijo, drogadicto durante años. Está cansada de vivir, pero no se rinde. Monta en bicicleta, asiste a clases de Historia, talleres de memoria, creación literaria, gimnasia,
conferencias sobre Madrid. Ha escrito numerosos relatos, obteniendo incluso premios por sus poemas.
Allá donde fue llevó a España en su corazón. Supo ganarse a amigas que le enseñaran la idiosincrasia del país. Destaca cómo en Europa se apoya a la gente que tiene conocimientos. Recuerda sus comienzos como lectora, cuando a los 11 años le regalaron una minibiblioteca con la que se aficionó a la lectura. Toda una vida de lucha, superando dificultades y obstáculos, siempre abierta a la curiosidad. Mujer valiente a la hora de decidir y afrontar los grandes retos con los que ha tenido que lidiar para llegar hasta aquí. Se ha forjado a sí misma y ahora vive sola.
Su relación con Atiendo surge de su curiosidad. Un día entra en la sede de Santa María de la Cabeza para explicar su problemática. Compró acciones de Bankia y necesitaría recuperarlas para ayudar a su hijo, para que sea defendido adecuadamente y no entre en la cárcel, para contribuir, de alguna forma a que se desenganche de la droga. Cinco años después, lo consiguen y su gratitud con la Fundación es grande.
No se puede huir de los problemas, hay que coger el toro por los cuernos. Fuerza de voluntad, serenidad. El rencor se diluye con el tiempo, de nada sirve hundirse en él. Compartir los problemas, contarlos. Estos son sus mensajes, expresados con voz pausada y serena.
Terminamos hablando de solidaridad y lo complicado que resulta no perderse entre tantas organizaciones y acciones de voluntariado. Me invita a participar en un sencillo test que ayuda a conocerse mejor: un viaje por la selva, un río, una cabaña, una mochila: la vida, el amor, la muerte, lo que uno desea llevar en el camino. Porque contar es compartir María lo hace. Comparte su historia para compartir su gratitud y fuerza de voluntad. Sí, está cansada de vivir, pero no por eso se rinde, no por eso quiere dejar cabos sueltos.
María García, la serenidad ante la Vida.