Llego a la sede de Atiendo y ya me espera Dolores. Su voz serena pero firme desmiente su aspecto débil, acaso enclenque. Puede que su mirada ratifique la impresión que me provoca su voz, pero no lo sé, lo que sí sé es que voy a compartir con ella buena parte de esa lucha por mejorar las condiciones de accesibilidad y actitud en torno a la discapacidad. No hay duda, una mujer veterana en su empeño, convencida de aplicar esa máxima que su madre siempre le enseñó: “hija, lo que hay que hacer se hace. Por el bien de uno y de todos.”
Pero no, la vida de Dolores no ha sido fácil. Con una artritis infantil que la trajo a Madrid desde su Asturias natal para ser tratada por el doctor Marañón, pronto las crisis inflamatorias se harían definitivas para postrarla en la silla de ruedas y dejarle una columna vertebral más propia de una filigrana que de la función para la que disponemos de ella los seres humanos.
Semejante situación llevaría a que no fuera a la escuela, si no que recibiera en su casa a maestros, de peor o mejor talante. Por eso, cuando, muchos años después, pudo asistir a clases presenciales en la Universidad Complutense su emoción fue grande. Claro que hasta llegar a ese momento, en 1998, en que terminaría los estudios de Psicopedagogía en la rama de Educación Especial, habría de pasar por la UNED y el Acceso a la Universidad para Mayores de 25 años. Y, sin embargo, lo logró.
En unos tiempos en los que no había transporte adaptado para personas como ella, ni bordillos rebajados en las aceras, no cejó en su empeño de moverse, por mucho que pueda resultar paradógico en su caso.
Cuenta, con agitación en la voz, el carácter de sus padres, los valores y la filosofía de vida que les orientó. Unos padres que han de criar a ocho hijos, además de ella otra hermana con Síndrome de Down. Padre abnegado que acabaría padeciendo Alzhéimer y una madre, que hoy día, a sus 97 años, ha padecido numerosos ictus.
En nuestra conversación, la emoción quiere asomar a su voz, pero ella sigue firme narrando su lucha por conseguir que le adaptaran el pupitre en la Universidad o lo poco que le importó que la miraran raro por llevar una silla de ruedas eléctrica, más siendo mujer en los años ochenta, acaso fuera de las primeras de Madrid, si no, la primera.
La artritis reumatoide, en niños, es una enfermedad aún hoy muy desconocida,y en Mª Dolores acabó siendo invalidante (98% de discapacidad física).Pero con la medicación que existe en la actualidad, aproximadamente en los 12 últimos años,ya no se llega a tan alto grado de pérdida de movilidad como entonces sucedía, según informaba la especialista reumatóloga que la trata desde hace 9 años. A estas alturas más que información, lo que busca es menos barreras y obstáculos.
Otra de sus máximas en situaciones deseables pero difíciles de conseguir es: “primero hago las cosas y luego las explico”(esto es así porque a las buenas ideas se les ponen habitualmente, muchos tropiezos, y cuanta menos gente ponga piedras en el camino, habrá más personas que puedan posteriormente disfrutar de él). El esfuerzo personal queda compensado con el camino facilitado para otros. Esa ha sido su manera de afrontar su vida y de sobreponerse a las tentaciones de exceso de protección de sus padres. Como también a la hora de superar esa doble discriminación por ser mujer y con alta discapacidad.
Pero no, no ha sido nada fácil…. Y, sin embargo, mereció la pena. Merece la pena observar cómo en los últimos 15 años las actitudes sociales han cambiado y las barreras se han ido derribando. De aquella persona que le dijo una vez que si se rebajaban los bordillos cuando lloviera se metería el agua en las casas, a lo habituales que son ahora.
De aquellos seis autobuses adaptados que empezaron en Bilbao a la flota actual que se inclina hasta quedar al ras de la acera para subir sin problemas.
Insiste, y no se cansa de hacerlo, en que hay que abrir caminos a base de luchar, por uno mismo y, sobre todo, por quienes vengan detrás. Puede que no se vean resultados a corto plazo, pero se ha de insistir para lograr que las cosas mejoren y resulten más fáciles.
A la Fundación la conoce, a través de una amiga, cuando necesitaba asesoramiento ante un problema con Hacienda y, sobre todo, en los últimos meses en relación con sus problemas de tutela respecto de su madre y su hermana.
En Atiendo ha encontrado consejos y apoyo, personas que la reciben con normalidad, escuchan y acogen. No quiere que su anciana madre y su hermana discapacitada sufran.Ella las conoce y sabe sus gustos, ella ha estado siempre con ellas, mientras que sus hermanos se han limitado a visitarlas de forma esporádica, quién sabe por qué. Y, por eso, con el mismo empeño de siempre, no dudó en pelear por la tutela de ambas ante los tribunales. Que alguien como Dolores, con sus graves problemas de movilidad, haya obtenido sentencias favorables en los dos casos, es otro triunfo más de su persistencia y otra prueba más de cómo sí es posible buscar lo que parece imposible. Al igual que se han ido derribando barreras físicas, también estas resoluciones judiciales es otro paso más adelante.
El ejemplo de Dolores nos anima a perseverar en la consecución de la utopía. Ella dicie que las utopías dejan de ser utopías cuando se convierten en realidad ¡vayamos por ellas!
Ni las casas se inundan cuando llueve por el hecho de haber rebajado los bordillos de las aceras, ni la madre y la hermana de Dolores van a estar desatendidas, todo lo contrario, porque así lo ha demostrado a lo largo del tiempo, y los tribunales la han avalado. Ella lo ha logrado, ¿por qué no lo intentamos también nosotros?
Acabamos nuestra charla. Me pide que me apoye en su silla y ella me guía. Qué más da que ella sea tetraplégica y yo ciego, si nos une la misma utopía. Salimos a la calle como si nada, como si no hubiera habido un tiempo en que eso no habría sido posible porque el local no tendría rampa para acceder y el autobús que me devolverá a mi casa no verbalizaría las paradas para saber en cuál he de bajarme.